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Vivir del cuento


Desde el momento de la Creación, con mayúsculas, los cuentos se han sucedido a lo largo de la historia de muy diversos modos y con fines un tanto dispares.

Primero fueron en forma de parábola, para acercar la doctrina al pueblo. Luego, en la liturgia, se pregonaron a modo de sermones. En Oriente, entretanto, idearon los proverbios para concentrar su sabiduría. La mayéutica, mientras, iluminó los pasos de los filósofos clásicos en su búsqueda de la verdad. Y la cultura árabe, por su parte, encomendó sus noches a Sherezade, a fin de entretener a un sátrapa en sus horas muertas.

Como cabe imaginar, ahí no queda la cosa. Aún hay más.

Trovadores, juglares, fabuladores, sacamuelas y ciegos, desde diferentes ópticas, también se sumaron al arte del relato, algunos para cantar las gestas, otros para componer romances y unos pocos para referir episodios de sangre a ritmo de la copla o dar voz a un variopinto animalario.

Y ahora, a estas alturas del siglo, en la era de la creación (de contenidos), cuando se pensaba que el tema de los cuentos era cosa de las hadas y de los niños, ha surgido la narración corporativa, el storytelling, una fórmula que directamente emparenta a las marcas con aquellas corrientes populares de pensamiento.

De hecho, comparte su meta (que el mensaje llegue de manera nítida a su destinatario y éste sea capaz de asimilarlo correctamente) y se sustenta –al menos una parte– en algunas de sus mismas fuentes, como es el caso de la tradición oral.

Sin embargo, en consonancia con los nuevos tiempos, el storytelling, ha ampliado sus líneas de argumentación y sus afluentes discursivos. En especial en lo que concierne a la conformación del relato, que ahora es mucho más rico y heterogéneo, y a sus fines, que añaden emoción, atractivo y seducción al proceso de comunicación, en detrimento de la pontificación, la imposición o la moraleja.

El nuevo universo narrativo, eso sí, se ha ramificado y ha irradiado su influjo a toda suerte de ámbitos y disciplinas, desde la educación hasta la política, pasando por la gestión empresarial o el llamado tercer sector. Y siempre en respuesta a las exigencias y condicionantes que impone la sociedad del espectáculo, que obliga permanentemente a la reinvención, so pena sino de pasar con más pena que gloria en un entorno de sobresaturación.

Fruto de este nuevo enfoque han surgido cuentos corporativos maravillosos; relatos que han contribuido al éxito de muchas de las marcas más conocidas, gracias a su modo de empaquetar sus mensajes, que ha cautivado a millones de personas por todo el mundo.

El nombre de estas firmas está en mente de todo. Son sobradamente conocidas. Pero a diario los medios de comunicación rebosan de buenas historias. Historias en las que sus ideólogos, a pesar de vivir del cuento, nunca son protagonistas. Porque a fin de cuentas el paisajista nunca ha de figurar en el paisaje. Y esa es la grandeza del storytelling, que en muchos casos, como antaño, son relatos anónimos con un único papel principal: la marca.

NOTA: El ejemplo que se acompaña en esta ocasión es, probablemente, una de las mejores historias que se ha relatado en todos los tiempos. Explica la complejidad de la economía y su protagonista es, simplemente, un lapicero. Por ello es ya patrimonio universal y merece un hueco en nuestra memoria, como ya lo tiene en Youtube.

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